CHACHO DE LOS MUCHACHOS
Son 10 años, el tiempo
transcurrió imperceptible, sin detenerse. Qué maravilloso sería detener el
tiempo.
Detener el preciso instante que
sonó el teléfono y al otro lado tu voz, esa voz grave que hacía tu poesía más
hermosa aún: “Rafo, vente a vivir aquí, estoy en San Borja…, cerca de tu
trabajo, vamos, ven a vivir aquí; los libros y las poesía nos esperan”. Fue la
última invitación, el teléfono no volvió a sonar más, tu voz se apagó. Era
diciembre. Diciembre mes que la soledad hace presa a muchos y la nostalgia
invade, como invade ahora recordar tanto tiempo.
Tu cuerpo transitando las calles
de Chosica, los pasadizos de La Cantuta; pero sobretodo, recuerdo aquel día que
sentado en la mesa de un bar nos dimos un abrazo; frente a nosotros descendía
el río, mientras ascendíamos al paraíso fosforescente de tu poesía.
Chacho Martínez, quien años antes
había organizado un inolvidable y
concurrido encuentro de poetas y narradores en el Peruano-soviético, hoy estaba
a lado de nosotros, cerramos fila, el poeta no se iría más, entonces se oyó el
canto de tus versos: “Celebración a Sara Botticelli”, soberbio libro que leí
admirado como cuando llegó a mí la
“Botella de mar para Iskra
Oyague”. Y entonces, como ese río que descendía, fluyó “Cinco razones puras para comprometerse con
la huelga”, no había más que decir, solo escucharte leer en esa hermosa noche
que el bar abrió sus puertas para tu eterna poesía y las cervezas tenían el
color azul de tus versos.
Y así como esa noche hubo tantas
otras, la fuerza de tu voz se extendía nítida y sentida entre las calles y los cerros, los huaynos
eran el clamor del corazón y el olvido, nuestros cuerpos solo sombras de
fantasmas, resplandeciendo.
“En Chosica los cerros se mueven
después de las 5 de la tarde” dijiste alguna vez señalando la faldas de los cerros, “míralos
pasar”, es verdad, los cerros transitan como trenes a las 5 de la tarde.
El sol se encendía en San
Fernando, barrio en el que vivías, también de una forma diferente, ingresaba por
la ventana de tu casa para iluminar tus libros tendidos sobre tu cama, ahí
resplandecían Malcom Lowry , Tristan Tzara, Artaud, Celine, Luis Hernández,
Vallejo, Moro, Eielson, tantos más, tus poemas inéditos y la novela
que escribías, en ese tiempo, novela que leí en tu vieja pc, novela que un
grupo de gente “innombrable” te robó.
Ese solo que brillaba sobre San Fernando, pudo ser el
“Sol de ciegos” que nombrabas, cuando en
el recuerdo fluía tu amigo entrañable Juan Ojeda, sí el de “Elogios de los
navegantes”, admirable poeta, que compartió hazañas de poesía y bohemia, que
contabas con alegría, tus ojos tenían
otro resplandor, como cuando relatabas el encuentro con Martín Adán, célebre
crónica que recibí de tus manos, inédita.
Ese resplandor en tus ojos, se
hacían más intensos aun cuando hablabas
de Manuel Agustín, hijo que veías
crecer, y te sorprendían sus palabras y sus juegos.
Luego, presentamos un libro tuyo
“El sordo cantar de Lima” en la Feria del libro en Miraflores, allí tus amigos
se congregaron una vez más para celebrarte, para celebrar ese juego de palabras
que construías infatigablemente.
Las palabras eran un juego que armabas
como un niño, y es que tal vez eso eras: un niño con un peinado hecho a prueba
de cualquier viento, y el maletín de cuero marrón con motivos peruanos colgado
de tus hombros, ibas todas las mañanas a trabajar como un niño va a la escuela,
tejiendo en tu huso fabricado de palabras, entonces Mónica, la secretaria de tu
oficina, pasó a ser “Mómica”, los óvalos
de las avenidas eran “óvulos”, hoy desearía recordar todas las palabras que te
escuché, pero perdóname querido Chacho, la memoria es frágil y nos traiciona.
Es así, como te convertiste en
“Chacho de los muchachos”, nos acompañaste en los recitales y te decías un
miembro más de Estación 32, grupo que creamos en La Cantuta a principios de los
90, cuando las balas y las bombas estallaban a nuestros pasos, época que
también te aniquiló, pero no hablemos de eso, ahora, porque quiebran los
sueños, sueños que ahora deseo me transporten a ese viejo tiempo de palabras a
ese viejo río que cruza Chosica con su extraño estruendo oscuro.
No vale, querido Chacho, remontar al tiempo los momentos no
gratos, aquí está el fluir de tu poesía que inunda nuestro corazón como ese
viejo tiempo que se perdió, hace 10 años, tus pasos no transitan, tu corazón no
late ni tu voz se expande entre los cerros, en el cañón de Cotahuasi, que decías el más profundo del
mundo, como profundo era tu corazón que entregabas, el más profundo del mundo,
tu corazón.
El cielo hoy no tiene el color
que viste en Canta ni la niebla sobre las calles serán las mismas ni ese río
milenario que se abre a nuestros ojos, nada es igual, querido Chacho.
Perdona, aquel diciembre que no
pude responder a tu llamado, no sabes cuánto siento no haber podido responder a
tiempo, aquella cita con los libros y la poesía que
prometí sería para febrero, mes que no alcancé porque ya no esperarías.
Perdona, querido Chacho, por no comprender tu soledad, porque no pude serte compañía,
y estoy seguro, que era todo lo que buscabas, finalmente.
RAFAEL HIDALGO